Afganistán es uno de los países más pobres de la tierra y el 60% de su población es analfabeta. No existe un sistema de salud propiamente dicho ya que la sanidad primaria es muy precaria y el sistema hospitalario inexistente en una gran parte del país. El 60 o 70 por ciento de población se dedica a una agricultura de subsistencia y hay problemas de desnutrición.  No es un país que haya entrado en la modernidad, aunque ha sido, desgraciadamente, impactado negativamente por ésta, ya que ha sufrido ocupaciones de alianzas militares y países que no han significado nada para su desarrollo económico o social sino una agravación de sus problemas estructurales.

En el siglo pasado hubo cierto progreso político y de liberación de la mujer vinculado a la instauración de gobiernos cívicos bajo el amparo de la Unión Soviética pero todo ello saltó por los aires en el contexto de los enfrentamientos tardíos de la guerra fría y del apoyo de EEUU a los ejércitos de muyadines y que culminó con la ocupación por la OTAN y EEUU por casi 20 años de Afganistán; ocupación que no ha tenido ninguna repercusión positiva para el desarrollo de este país controlado – bajo el visto bueno de las potencias occidentales – por hombres de la guerra y por un gobierno cuyo presidente huyó con helicópteros repletos de oro y dólares.

Curiosamente esta nueva etapa que se abre puede ser una oportunidad para el desarrollo y cierto progreso siempre y cuando se reciba un apoyo económico y de orientación al desarrollo del resto del mundo. Hoy Afganistán necesita más que nunca cooperación y planes de desarrollo y solo así también se podrán limitar las violaciones que los patronos religiosos morales imponen a las mujeres y a toda la sociedad.

Las causas de la opresión de la mujer en Afganistán no solo son religiosas sino tiene mucho que ver con una estructura patriarcal semifeudal en las relaciones de la sociedad rural y en el atraso de esta sociedad en general donde la religión – y no solo la islámica – es una ideología justificadora de esas relaciones sociales.

Ayudar al desarrollo de Afganistán es la mejor manera de ayudar a la liberación de las mujeres en ese país . Poner en pie un gran plan mundial para el desarrollo en Afganistán debe ser hoy una exigencia internacional; si los 2.26 billones de dólares gastados por EEUU en  la guerra y ocupación de Afganistán se hubieran empleado para su desarrollo hoy Afganistán sería un país desconocido y millones de sus habitantes, hubieran salido de la pobreza y seguramente se hubieran producido cambios en la mentalidad social y en la política de ese país pero la lógica imperial y las rentabilidades del complejo militar industrial parecen haber sido el origen de esta guerra.

China puede, paradójicamente, convertirse en uno de los países que más pueda condicionar – a corto plazo – sus ayudas a una garantía mínima de derechos humanos. Hoy en Afganistán se ha instaurado un gobierno teocrático en un país pobre con intereses diversos, pero si la ayuda al desarrollo se convierte en un negocio (como hemos visto recientemente en Haití) no se puede descartar una próxima guerra civil en Afganistán.

El mundo necesita una gran agencia de desarrollo para los más pobres, pero ni la ONU ni la Agenda 2030 tiene esa operatividad; además un planteamiento de desarrollo social tiene sus enemigos.  Es el caso más reciente de Perú donde una burguesía nacional y capas medias urbanas, acompañadas de la iglesia católica y de algunas sectas evangélicas, están hoy intentando tumbar al recién presidente electo por ser alguien –un humilde maestro indígena del interior- que quiere impulsar políticas para sacar de la pobreza a millones de personas que viven en una especie de país atrasado en el mismo Perú. La pobreza es un negocio no solamente al interior de nuestras sociedades, que retroalimenta a los sectores más retardatarios y las ideologías religiosas ultra reaccionarias, sino a escala internacional, donde la industria militar y los fondos al desarrollo, aliados a grandes multinacionales, hacen siempre sus negocios.

España no ha sido ajena a la aberración de Afganistán y ello por nuestra participación en la OTAN. No se puede invadir Libia, Irak y Siria – por cierto, países que habían abrazado ideologías secularistas – y pensar que todo siga igual. Se requiere una OTAN no de armas sino de ayuda al desarrollo de los ultra pobres del mundo. Pero todavía esto no está en la agenda internacional ya que los negocios de las armas, del extractivismo y de las lógicas imperiales pesan más que toda la retórica vacía de la Agenda 2030.

Antonio Movellán. Presidente de Europa Laica

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