EJÉRCITO Y RELIGIÓN
Tengo ante mí una foto de prensa (El País,
19/08/09) de aguerridos soldados levantando un cristo en una procesión
y me vienen a la memoria tantas otras de militares subiendo o bajando vírgenes
o santos en múltiples actos o procesiones, peculiarmente denominados
“religioso-castrenses”.
Esta simbiosis entre la espada y la cruz es un atavismo medieval de una época
en la que el poder político era vasallo del poder clerical y entregaba,
y mantenía a la fuerza, a todos los pobladores de un territorio a una
religión oficial. La espada, el ejército, era el brazo colaborador
necesario en tamaña empresa.
Se podría pensar que no tengo en cuenta que se trata de costumbres
ancestrales que han pasado a formar parte de nuestra cultura. Pero no es cierto.
Tengo en cuenta, también, que hubo un tiempo en que fueron costumbre,
y formó parte de nuestra cultura tener esclav@s, considerar a la mujer
un ser inferior y dominado, quemar vivas a las personas en autos de fe y tantas
otras perlas “costumbristas y culturales”.
Pero las culturas evolucionan, y las costumbres también. Prueba de
ello es que si nos esforzamos un poco podríamos recordar decenas de
tradiciones, estilos de vida, modos de pensar o actuar o instituciones que
forman parte de nuestro pasado y que ya no existen. En el ejercicio de nuestra
autonomía individual y nuestra libertad de conciencia podemos, y debemos,
cambiar las tradiciones, costumbres o instituciones que sean contrarias a
la igualdad, a la libertad o que discriminen a las personas en función
de sus creencias (sean éstas religiosas o no).
El ejército es una institución pública y, por tanto,
representa a tod@s l@s ciudadan@s, sin distinción de creencias o convicciones.
Pero cuando “se utiliza” en actos y ritos confesionales (así como cuando
éstos irrumpen en ceremoniales castrenses), se convierte en patrimonio
de unas particulares creencias (católicas) y queda deslegitimado como
institución pública, representativa de tod@s l@s ciudadan@s.
Treinta años de Constitución democrática no han servido,
aún, para normalizar esta situación. Y el actual gobierno socialista
se propone modificar el Reglamento de Honores Militares, no para que acabe
esta yuxtaposición entre la espada y la cruz, sino para que los militares
que desfilen ¡no lo hagan contra su voluntad! Resulta bochornosa, y
atentatoria contra los derechos humanos, además de antidemocrática,
la pervivencia de estas prácticas obligatorias en pleno siglo XXI.
Es probable que esta medida tranquilice a las mentes más confesionales
encuadradas en el PSOE, pero en modo alguno altera la notable influencia confesional
(de la Conferencia Episcopal) sobre las instituciones democráticas,
contraviniendo la supuesta aconfesionalidad de nuestra Constitución.
No sólo el ejército, la judicatura, la escuela, la sanidad no
han podido liberarse de la pesada losa clerical tras treinta años de
Constitución, sino que con la pervivencia de los Acuerdos con el Vaticano
se camina en sentido contrario.
La disyuntiva no es religión sí, religión no, sino instituciones
públicas laicas (no patrimonializadas por ninguna religión),
o instituciones confesionales, como sucede en la actualidad con el ejército,
los hospitales o las escuelas.
M. Enrique Ruiz del Rosal
Septiembre 2009