Según soplen los vientos terrenales, resulta sorprendente observar los cambios que realiza la Iglesia Católica en sus irrefutables dogmas divinos. Sin importarle lo más mínimo poner en entredicho el eterno mensaje de la infalibilidad (en el que ha basado todas sus actuaciones a lo largo de su existencia), una y otra vez modifica y ajusta sus mensajes dependiendo del devenir de la sociedad y del peligro que puedan correr sus intereses terrenales.
Nos han contado siempre que el Papa es la voz de Dios en la tierra, todas sus afirmaciones habían de aceptas sin cuestionamiento alguno por tratarse de mensajes directos de Dios, y es en esa línea donde se produce el estupor de muchos observadores históricos y el mío personal puesto que, no es necesario alejarse demasiado en el tiempo para comprobar sus dogmáticas contradicciones y los giros que le dan a sus concepciones salvadoras. Sin irnos a su negro pasado, sólo con una somera visión a nuestra historia reciente podemos observar los sorprendentes ajustes que han ido dando a sus infalibles verdades, justificados simplemente por los movimientos sociopolíticos que han acaecido en el mundo.
No está tan lejano el tiempo en el que para casarse por lo civil se requería de apostasía. Sólo se concebía el “matrimonio sacramental indisoluble”, una concepción católica que era impuesta a toda la ciudadanía, fueses creyente o no. Hoy, como esta dogmática norma les haría perder muchos de sus afiliados, no sólo no consideran apostatas a los creyentes que celebran el matrimonio fuera de la Iglesia sino que, conseguir apostatar es toda una victoria. Las peticiones voluntarias de ser borrados de sus archivos son rechazadas y obstaculizadas persistentemente.
Hemos vivido la prohibición de la regulación de la natalidad, mientras la banca vaticana invertía en laboratorios farmacéuticos que fabricaban anticonceptivos. Hemos vivido, y exigen que continuemos en ello, tiempos en los que el aborto, aún por razones terapéuticas, era siempre ilegal y no solo pecado para los católicos apostólicos romanos.
Hemos vivido la desaparición del Limbo y del Infierno, para rápidamente corregir y volver a imponérnoslo. Debieron pesar que sin el temor a sus horrores en el más allá, se les iba a desmadrar el rebaño.
Esto es sólo un pequeño ejemplo de la actuación permanente de la Jerarquía Eclesiástica (no de sus fieles, que merecen todo el respeto); se mantienen expectantes y dependiendo de los vientos que soplan y sin importarles lo más mínimo las contradicciones en las que incurren avanzan o retroceden en sus demandas impositivas.
La transición solapó de algún modo sus ambiciones apostólicas, consiguiendo relegar el ambicioso concepto que durante la dictadura había adquirido nuestro país de “reserva espiritual de Occidente”; pero de nuevo la Iglesia ha vuelto a sus posiciones tradicionales y en un enfrentamiento visceral con el actual Gobierno socialista, vuelve a querer imponer sus creencias religiosas como verdades absolutas, reclamando nuevamente la tutela espiritual del Estado y de sus leyes, olvidando la aconfesionalidad reflejada en nuestra Constitución y, en un alarde de increíble cinismo llamando antidemocráta a todo el que no comparta su despotismo.
Quieren recuperar el pequeño espacio perdido e imponernos nuevamente sus normas totalitarias, represoras y sexistas. No olvidemos que no cuentan con una sola mujer en toda su jerarquía, no conciben la libertad de expresión ni de enseñanza sin sus particulares recortes y, sobre todo no olvidemos la laxitud que emplean en la aplicación de las leyes a sus acólitos, por grave que sea el delito cometido.
No son frases huecas, ni acusaciones sin contenido, es simplemente una mirada contrastable a su estructura que nos habla de su poder represor y farisaico.

Pilar Trejo Martín
Miembro de la Asociación Laica de Riva

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